domingo, 7 de junio de 2009

L'homme invisible

Las paredes de Roma se despiden como nadie, pero eso ya lo sabes. He compartido más de tres ciudades contigo, pero es aquí donde yo decido quedarme a no jugar de nuevo a los secuestros. No más mentiras, hace demasiado calor para eso. Sentémonos y dejemos que la música hable por nosotros. Tenemos tanta necesidad de detenernos, de volver sobre los libros que compramos hace tantos años, que no somos capaces de darnos cuenta de lo deprisa que sucede todo a nuestro alrededor. Respuestas en las palabras, en las imágenes de otros, sino acuérdate de aquella exposición a la que entramos para resguardarnos de la lluvia, allí había cuadros que parecían recién sacados de un expolio, repletos de arañazos, heridas, dijiste pasando el dedo a pocos centímetros del lienzo. Como sangre, como huecos en el pasado de un amnésico. Estuvimos recorriendo las salas de aquella galería dados de la mano, de la piel adentro, mío, sólo mío. Tú me explicabas el trazo, la fuerza de cada técnica, el imaginario reinventado de una herida. Y estoy segura de que fue en ese preciso instante cuando sentí que poseía algo valioso, algo que me dio el suficiente miedo como para esconderlo dentro. No recuerdo exactamente los días y semanas que han pasado, no recuerdo el olor o la música que se oía en la plaza donde solíamos comprar el pan. Pero si recuerdo el miedo, no a perderte, eso no, sino a tenerte lo bastante cerca como para querer huir. A veces el sentido de la vista nos devuelve una reflejo demasiado real de lo que somos. Y estar preparada para eso es estar lista para regresar a casa.